Una de las principales
características que define el final del siglo XIX es la llamada Segunda
Revolución Industrial. El hierro, muy empleado en ferrocarril al inicio del
siglo, dio pasó al acero, el aluminio y el cobre. Estos nuevos materiales
hicieron posible un gran desarrollo de la arquitectura, como evidencian la
Torre Eiffel de 1889 o las construcciones propias de la Escuela de Chicago, los
rascacielos, donde el metal se combina con el cristal. Pero el cobre se utilizó
especialmente en relación a otro de los grandes inventos de finales del siglo
XIX, la instalación de luz eléctrica, gracias a los avances de Thomas Alva
Edison. El último invento importante del siglo fue el automóvil. A Europa llegó
en 1889 de la mano de Armand Peugeot, con un primer prototipo de 4 ruedas con
motor de Gottlieb-Daimler que funcionaba con gasolina. Poco después, Henry Ford
hacía lo propio en Estados Unidos con el Ford-T , que conllevó grandes avances
en la producción en cadena.
Louis Sullivan, Almacenes Carson, 1899 |
Algunos de estos avances
tecnológicos, como la producción en cadena o la luz eléctrica, influyeron
terriblemente en la sociedad, alargando y endureciendo las jornadas laborales.
Todo ello contribuyó al crecimiento de las ideologías sociales y los
movimientos obreros, que de hecho se
venían desarrollando desde las revoluciones de la primera mitad del siglo y
culminarían con la Revolución rusa de 1917. Mientras, se continuaba manteniendo
una estructura social clasista, en la cual la nueva burguesía controlaba la
economía. Con todo, la mezcla entre clases fue inevitable, con unas fronteras
cada vez más difusas y los boulevards
y cabarets se convirtieron en lugares donde no importaban las etiquetas,
erigiéndose como santuarios de libertad. Así, las angustias existenciales y
sociales presentes en el siglo XIX marcaron la producción artística del cambio
de siglo, predominando en todos los niveles un sentimiento de “decadencia” que
se manifestó de diversas maneras. En el ámbito de la literatura surgió la
corriente Decadentista (con J.K.Huysmans como máximo exponente), estando estos
escritos presentes en la prensa del momento, mayoritariamente en forma de
poemas. En la plástica, y muy ligado al Decadentismo, tomó impulso el
Simbolismo, que ilustraba magistralmente la temática decadente ambientada en
paisajes oníricos o macabros, tocando a menudo el Ocultismo, a la vez que el
mundo interior y los sentimientos del artista-creador se convertían en los principales
protagonistas. En este sentido, vale la pena destacar el impacto que supuso la
teoría del psicoanálisis de Sigmund Freud, publicada en 1896, que abría las
puertas del inconsciente y repercutió en la vida cotidiana, marcando
indefectiblemente la percepción de la realidad de la sociedad del siglo XX.
Jean Delville, Les Trésors de Sathan, 1895 |
Al mismo tiempo, los artistas con
una posición más acomodada reflejaron los ambientes propios de la burguesía
enriquecida y aquí, tenían cabida las últimas novedades en entretenimiento,
como el fonógrafo de Th.A.Edison o el cinematógrafo de los hermanos Lumière. El
vals, la ópera o el ballet ruso también se convirtieron en fuentes importantes
de inspiración para este tipo de arte social. Por otro lado, algunos artistas
quisieron escapar de la realidad burguesa y sus gustos (adecuados, a menudo, a
los preceptos academicistas) y crearon las bases de los movimientos plásticos
que verían la luz a inicios del siglo XX. En este sentido podemos nombrar dos pintores
del norte de Europa, James Ensor y Edvard Munch, que recuperaron – en la línea
de los decadentistas – el sentimiento romántico de expresión de la subjetividad
propia del artista y la plasmación de los aspectos más sórdidos de la realidad
(la muerte, las obsesiones, la soledad, la moralidad), utilizando para ello un
estilo propio que ponía el acento en el color y el trazo personal.
James Ensor, La muerte y las máscaras, 1897 |
Edvard Munch, Madonna, 1895 |
La interpretación de la libertad
individual mediante un uso libre del color fue diferente según el ámbito
geográfico, distinguiéndose principalmente dos nuevas corrientes: el Fauvismo
en Francia y el Expresionismo en Alemania.
El Fauvismo surgió en Francia en 1905 y este nombre le viene dado por
el calificativo de “fieras” (fauves
en francés) con que el crítico de arte Louis Vauxcelles describió las obras que
seguían este estilo expuestas en el Salón de Otoño de París (1905). La carga
cromática en detrimento del dibujo de
las obras de H.Matisse, A.Derain o M.Vlaminck, contradecía todos los cánones
académicos, evidenciando una postura transgresora que ponía de manifiesto la
voluntad de cambio e innovación de estos artistas, que reaccionaban así contra
el Impresionismo que imperaba entonces.
Henri Matisse, La alegría de vivir, 1905 |
El Expresionismo alemán también quiso hacer del color su principal
arma, pero dieron a sus obras una dimensión más profunda al exponer en ellas su
problemática interior como individuos. En el caso del grupo que inició el
movimiento expresionista en 1905 en Dresde, die
Brücke (el Puente), su estilo respondía a los deseos de huir de la realidad
urbana y burguesa que les rodeaba, buscando un estado de pureza que reflejara
sus deseos de libertad. Por eso, E.L.Kirchner, M.Pechstein o E.Nolde, quisieron
ambientar sus obras en una Naturaleza en estado salvaje y, en referencia a la
figuración humana, recurrieron al estilo “primitivo” de los pueblos de África u
Oceanía, que conocían gracias a las colecciones etnográficas y los grabados. En
este último caso, a menudo se inspiraron en los escenarios de los cabarets y
circos de la ciudad, lugares que proporcionaban a este grupo de artistas la
libertad que tanto anhelaban.
Ernst Ludwig Kirchner, Monociclo, 1911 |
En el sur de Alemania, se
configuró otro grupo expresionista, der
Blaue Reiter (el jinete azul), que compartía con su vecino del norte – con
el que de hecho colaboró en diversas ocasiones – la búsqueda de la libertad;
pero, a diferencia de aquellos, sus obras querían profundizar en una dimensión
espiritual que ponía a prueba el arte como catalizador de los deseos de
renovación de esta juventud. Siguiendo esta línea, W.Kandinsky creó la que está considerada como primera
obra abstracta, seguido por algunos de sus compañeros, como F.Marc, en este
camino.
Wassily Kandinsky, Primera acuarela abstracta, 1910 |
La actitud rupturista con la
tradición, así como la voluntad de crear un arte nuevo adecuado al tiempo que
vivían, llevó a los artistas de aquel momento a la experimentación, siendo el Cubismo el ejemplo más paradigmático y
la culminación de todo este proceso. Alrededor de 1910, un conjunto de artistas
influidos por Cézanne expusieron su obra
en el Salón de los Independientes de París, presentando al público unos lienzos
que hacían de la realidad una simplificación geométrica que rompía con toda la
tradición artística anterior. Como los expresionistas, los cubistas hicieron de
las artes populares de pueblos lejanos – “primitivos” – su modelo a seguir, rechazando
las figuras miméticas de los cánones clásicos. Pero, a diferencia que aquéllos,
las obras de P.Picasso, G.Braque o J.Gris, se centraron más en la geometría de
los cuerpos haciendo, en último término, un plano geométrico de todo lo que les
rodeaba, simplificándolo al máximo y, a la vez, deconstruyendo la realidad con
un nivel intelectual que incluyó, por primera vez en la Historia de la pintura,
la cuarta dimensión (el tiempo).
Paul Cézanne, Monte santa Victoria, 1902 |
Pablo Picasso, El flautista, 1911 |
Con la llegada de la I Guerra
Mundial, muchos de los artistas de estas Primeras Vanguardias desaparecieron,
bien porque modificaron su estilo o porque murieron en el frente; pero las
pautas de un nuevo lenguaje ya estaban escritas, nacidas de la insumisión a las
directrices sociales y artísticas del momento, marcando así el desarrollo del
arte de todo el siglo XX.
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