Monday 16 April 2012

La Era Post: el auge de Estados Unidos en el contexto global

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial tendría lugar en Estados Unidos un importantísimo fenómeno migratorio que atraería numerosos artistas procedentes de Europa que se afianzarían en el país e influirían notablemente en el devenir del arte. En este sentido, el primer movimiento artístico de posguerra genuinamente americano fue el denominado Expresionismo abstracto, el cual a pesar de focalizarse en Norte América sería deudor de las aportaciones que artistas alemanes como Josef Albers o Hans Hoffmann llevarían a cabo en el panorama artístico. Esta corriente, surgida hacia mediados de la década de los cuarenta, se caracterizaba –como su nombre indica– por el recurso de la abstracción; y es que tras los horrores de la Guerra, de la que ya habían dado testimonio la fotografía y el cine, el arte ya no podía tomar como referencia la figura humana ni cualquier otro elemento figurativo. Ya no había lugar para la figuración porque, sencillamente, la fotografía se había encargado de liberar a la pintura de la carga que suponía representar fielmente la realidad. Los críticos Clement Greenberg y Harold Rosenberg abanderaron esta tendencia cuyos aspectos principales fueron el predominio por los grandes formatos, un cromatismo bastante limitado y la expresión de la angustia vital de los artistas a través de trazos agresivos y violentos y otros recursos formales herederos del cubismo y el surrealismo. J. Pollock, W. de Kooning, L. Krasner, W. Baziotes o R. Motherwell se convirtieron en sus máximos representantes, aunque entre ellos existiesen diferencias formales evidentes y desarrollasen carreras distintas. Dentro de este movimiento se desarrolló el denominado Action Painting, en el que el lienzo devenía más bien un campo de experimentación que de representación para los artistas, al prescindir de los bastidores y al interactuar directamente con el cuadro, destacando así la obra de Pollock, Tobey o Kline. 

Jackson Pollock, Ritmo de otoño (nº30), 1950

 
Pero paralelamente a estas tendencias, se desarrolló también otro movimiento con una mayor vocación cromática y composiciones menos “improvisadas”. Nos estamos refiriendo a la Abstracción Post-pictórica, cuyos máximos exponentes fueron C. Still, B. Newman, S. Francis, M. Rothko, M. Louis, K. Noland o F. Stella. Los cinco primeros representaron la vertiente más colorista dentro de esta corriente pictórica, mientras que los dos últimos se caracterizaron por una voluntad estrictamente geométrica que impedía la mezcla de los colores en el lienzo, algo que se conoció como Color-field-painting o Hard Edge (pintura de borde duro). 

Frank Stella, Pisar la hiena, 1962

 
Hacia mediados de los cincuenta surgió una nueva tendencia artística como reacción a la sociedad de consumo que encontró sus raíces en las obras de K. Schwitters, los collages cubistas y los readymade de Duchamp, a saber, el Arte del Assemblage, que en Europa se conocería como Nouveau Réalisme a través de artistas como César, D. Spoerri o Arman. En el panorama americano, artistas como S. Davis, R. Rauschenberg o J. Johns comenzaron a incluir elementos de la publicidad de masas en su producción, recurriendo a marcas comerciales u objetos que todo el mundo conocía pero privándolos de su funcionalidad y contexto para elevarlos a la categoría de arte. El caso más extremo sea quizá el de R. Rauschenberg, cuyas obras generalmente saturadas por las imágenes de la cultura de masas se realizaban a partir de cosas que recogía en las calles de Nueva York. 

Robert Rauschenberg, Monograma, 1955-9


Este procedimiento estaba íntimamente ligado al concepto de objet trouvé surrealista, por el cual un determinado objeto provocaba una asociación de ideas, se descontextualizaba, se aislaba de su funcionalidad y se le daba una nueva carga simbólica, algo que también sería llevado hasta sus máximas consecuencias en el Pop Art a través de las obras de R. Hamilton o Paolozzi (Independent Group) en Inglaterra y de A. Warhol, R. Liechtenstein, D. Hockney, J. Dine, J. Rosenquist y C. Oldenburg en América. El Pop Art, término atribuido al crítico Lawrence Alloway, procede de finales de la década de los años 50, cuando jóvenes artistas alimentaron el lenguaje del arte con la jerga de la calle. En este sentido, merece la pena remitirnos a la considerada obra iniciadora del Pop Art de Richard Hamilton Just what is it that makes today’s homes so different, so appealing? (¿Qué es eso que hace los hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos?), un collage en el que se distingue por primera vez la palabra “pop”. Sus características principales son el empleo de imágenes de la cultura popular y temas tomados del mundo de la comunicación y de masas aplicados a las artes visuales, rechazando convenciones temáticas y estilísticas, en oposición a la cultura elitista y dotando de valor iconográfico a la sociedad de consumo. Asimismo, la mayoría de estos artistas pop alteraron ostensiblemente la escala del objeto cotidiano para elevarlo a la categoría de pintura y/o escultura, en un intento de disolver las diferencias entre la alta y la baja cultura, rompiendo así los límites entre arte y publicidad. En definitiva, se trataba de privar cualquier objeto de su lógica funcional para otorgarle una nueva lectura, apostando por la "vulgarización" del arte al ocuparse de imágenes de la vida cotidiana a las que nunca antes se les había conferido calidad estética. Ello se observa en las obras serigrafiadas de Warhol, donde reproduce en numerosas ocasiones las célebres latas de sopa Campbell’s o las botellas de Coca-Cola. En el ámbito de la escultura, Claes Oldenburg resulta un referente ineludible para comprender los planteamientos del Pop Art. Sólo hace falta ver sus megalíticas esculturas de objetos cotidianos en contextos en los que no los esperaríamos encontrar: pinzas de la ropa, plumas de bádminton, cerillas, manzanas, cucharillas del café, etc. Sin embargo, fue Warhol el que supuso un verdadero punto de inflexión al demostrar con su producción que la obra de arte deja de ser única para ser pensada como producto realizado en serie. 

Andy Warhol, Sopa Campbell I, 1969

 
Paralelamente a este devenir artístico, comenzaron a desarrollarse otras corrientes artísticas, en este caso, basadas en la estética del movimiento y que requerían de la interactuación del espectador. Uno de los más importantes, aunque en ocasiones se relacione con una sola personalidad, fue el Op Art, también conocido como Optical Art, una tendencia pictórica que exige del espectador una actitud activa. Las raíces de este movimiento parten de dos conceptos de concreción artística diferentes, a saber, las tradiciones experimentales de la Bauhaus y del Constructivismo ruso. En la recepción de estas obras se erige una división entre los fenómenos físicos de luz y color y, en este sentido, resulta interesante destacar la producción de Victor Vasarély, quien desarrolla un arte de vibración de colores a partir de la experimentación cromática de la Bauhaus. Por otro lado, en el campo escultórico se desarrolló el denominado arte cinético que, al igual que el arte óptico, convertía el movimiento en su tema principal e invitaba al espectador a recorrer las obras desde diferentes perspectivas. Así, en estas obras-objetos el movimiento y el cambio forman parte de su composición esencial. Frank Popper, en su libro Origins and Developments of Kinetic Art, hace referencia a la reacción psico-fisiológica del espectador y a su integración con la obra tridimensional, dotada de movimiento sin necesidad de motor e incorporando la iluminación. Entre este tipo de arte encontramos especialmente las obras móviles, creadas por A. Calder, los estables y los penetrables (stabile y mobile). 

Alexander Calder, Gran rojo, 1960


Sin embargo, ello no era algo nuevo o innovador, puesto que artistas como L. Moholy-Nagy, M. Ray, M. Duchamp o A. Rodchenko ya habían experimentado con ello en la década de los 20. De todo ello se concluye que la segunda mitad del siglo XX se caracterizó por ser un período de máxima experimentación artística que se puso de manifiesto en la multitud de tendencias que se desarrollaron, algunas con mayor proyección que otras. Pero lo que resulta innegable es que todas y cada una de ellas contribuyeron a situar Estados Unidos en la vanguardia artística, hasta el punto de convertir el país en la capital cultural mundial durante más de cincuenta años.

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