Friday 16 March 2012

Nuevos lenguajes: Primeras Vanguardias históricas (1895-1914)


Una de las principales características que define el final del siglo XIX es la llamada Segunda Revolución Industrial. El hierro, muy empleado en ferrocarril al inicio del siglo, dio pasó al acero, el aluminio y el cobre. Estos nuevos materiales hicieron posible un gran desarrollo de la arquitectura, como evidencian la Torre Eiffel de 1889 o las construcciones propias de la Escuela de Chicago, los rascacielos, donde el metal se combina con el cristal. Pero el cobre se utilizó especialmente en relación a otro de los grandes inventos de finales del siglo XIX, la instalación de luz eléctrica, gracias a los avances de Thomas Alva Edison. El último invento importante del siglo fue el automóvil. A Europa llegó en 1889 de la mano de Armand Peugeot, con un primer prototipo de 4 ruedas con motor de Gottlieb-Daimler que funcionaba con gasolina. Poco después, Henry Ford hacía lo propio en Estados Unidos con el Ford-T , que conllevó grandes avances en la producción en cadena.
Louis Sullivan, Almacenes Carson, 1899
Algunos de estos avances tecnológicos, como la producción en cadena o la luz eléctrica, influyeron terriblemente en la sociedad, alargando y endureciendo las jornadas laborales. Todo ello contribuyó al crecimiento de las ideologías sociales y los movimientos obreros,  que de hecho se venían desarrollando desde las revoluciones de la primera mitad del siglo y culminarían con la Revolución rusa de 1917. Mientras, se continuaba manteniendo una estructura social clasista, en la cual la nueva burguesía controlaba la economía. Con todo, la mezcla entre clases fue inevitable, con unas fronteras cada vez más difusas y los boulevards y cabarets se convirtieron en lugares donde no importaban las etiquetas, erigiéndose como santuarios de libertad. Así, las angustias existenciales y sociales presentes en el siglo XIX marcaron la producción artística del cambio de siglo, predominando en todos los niveles un sentimiento de “decadencia” que se manifestó de diversas maneras. En el ámbito de la literatura surgió la corriente Decadentista (con J.K.Huysmans como máximo exponente), estando estos escritos presentes en la prensa del momento, mayoritariamente en forma de poemas. En la plástica, y muy ligado al Decadentismo, tomó impulso el Simbolismo, que ilustraba magistralmente la temática decadente ambientada en paisajes oníricos o macabros, tocando a menudo el Ocultismo, a la vez que el mundo interior y los sentimientos del artista-creador se convertían en los principales protagonistas. En este sentido, vale la pena destacar el impacto que supuso la teoría del psicoanálisis de Sigmund Freud, publicada en 1896, que abría las puertas del inconsciente y repercutió en la vida cotidiana, marcando indefectiblemente la percepción de la realidad de la sociedad del siglo XX.
Jean Delville, Les Trésors de Sathan, 1895
Al mismo tiempo, los artistas con una posición más acomodada reflejaron los ambientes propios de la burguesía enriquecida y aquí, tenían cabida las últimas novedades en entretenimiento, como el fonógrafo de Th.A.Edison o el cinematógrafo de los hermanos Lumière. El vals, la ópera o el ballet ruso también se convirtieron en fuentes importantes de inspiración para este tipo de arte social. Por otro lado, algunos artistas quisieron escapar de la realidad burguesa y sus gustos (adecuados, a menudo, a los preceptos academicistas) y crearon las bases de los movimientos plásticos que verían la luz a inicios del siglo XX. En este sentido podemos nombrar dos pintores del norte de Europa, James Ensor y Edvard Munch, que recuperaron – en la línea de los decadentistas – el sentimiento romántico de expresión de la subjetividad propia del artista y la plasmación de los aspectos más sórdidos de la realidad (la muerte, las obsesiones, la soledad, la moralidad), utilizando para ello un estilo propio que ponía el acento en el color y el trazo personal.
James Ensor, La muerte y las máscaras, 1897
Edvard Munch, Madonna, 1895
La interpretación de la libertad individual mediante un uso libre del color fue diferente según el ámbito geográfico, distinguiéndose principalmente dos nuevas corrientes: el Fauvismo en Francia y el Expresionismo en Alemania.
El Fauvismo surgió en Francia en 1905 y este nombre le viene dado por el calificativo de “fieras” (fauves en francés) con que el crítico de arte Louis Vauxcelles describió las obras que seguían este estilo expuestas en el Salón de Otoño de París (1905). La carga cromática en detrimento del dibujo  de las obras de H.Matisse, A.Derain o M.Vlaminck, contradecía todos los cánones académicos, evidenciando una postura transgresora que ponía de manifiesto la voluntad de cambio e innovación de estos artistas, que reaccionaban así contra el Impresionismo que imperaba entonces.
Henri Matisse, La alegría de vivir, 1905
El Expresionismo alemán también quiso hacer del color su principal arma, pero dieron a sus obras una dimensión más profunda al exponer en ellas su problemática interior como individuos. En el caso del grupo que inició el movimiento expresionista en 1905 en Dresde, die Brücke (el Puente), su estilo respondía a los deseos de huir de la realidad urbana y burguesa que les rodeaba, buscando un estado de pureza que reflejara sus deseos de libertad. Por eso, E.L.Kirchner, M.Pechstein o E.Nolde, quisieron ambientar sus obras en una Naturaleza en estado salvaje y, en referencia a la figuración humana, recurrieron al estilo “primitivo” de los pueblos de África u Oceanía, que conocían gracias a las colecciones etnográficas y los grabados. En este último caso, a menudo se inspiraron en los escenarios de los cabarets y circos de la ciudad, lugares que proporcionaban a este grupo de artistas la libertad que tanto anhelaban.
Ernst Ludwig Kirchner, Monociclo, 1911
En el sur de Alemania, se configuró otro grupo expresionista, der Blaue Reiter (el jinete azul), que compartía con su vecino del norte – con el que de hecho colaboró en diversas ocasiones – la búsqueda de la libertad; pero, a diferencia de aquellos, sus obras querían profundizar en una dimensión espiritual que ponía a prueba el arte como catalizador de los deseos de renovación de esta juventud. Siguiendo esta línea, W.Kandinsky  creó la que está considerada como primera obra abstracta, seguido por algunos de sus compañeros, como F.Marc, en este camino.
Wassily Kandinsky, Primera acuarela abstracta, 1910
La actitud rupturista con la tradición, así como la voluntad de crear un arte nuevo adecuado al tiempo que vivían, llevó a los artistas de aquel momento a la experimentación, siendo el Cubismo el ejemplo más paradigmático y la culminación de todo este proceso. Alrededor de 1910, un conjunto de artistas influidos por  Cézanne expusieron su obra en el Salón de los Independientes de París, presentando al público unos lienzos que hacían de la realidad una simplificación geométrica que rompía con toda la tradición artística anterior. Como los expresionistas, los cubistas hicieron de las artes populares de pueblos lejanos – “primitivos” – su modelo a seguir, rechazando las figuras miméticas de los cánones clásicos. Pero, a diferencia que aquéllos, las obras de P.Picasso, G.Braque o J.Gris, se centraron más en la geometría de los cuerpos haciendo, en último término, un plano geométrico de todo lo que les rodeaba, simplificándolo al máximo y, a la vez, deconstruyendo la realidad con un nivel intelectual que incluyó, por primera vez en la Historia de la pintura, la cuarta dimensión (el tiempo).
Paul Cézanne, Monte santa Victoria, 1902
Pablo Picasso, El flautista, 1911
Con la llegada de la I Guerra Mundial, muchos de los artistas de estas Primeras Vanguardias desaparecieron, bien porque modificaron su estilo o porque murieron en el frente; pero las pautas de un nuevo lenguaje ya estaban escritas, nacidas de la insumisión a las directrices sociales y artísticas del momento, marcando así el desarrollo del arte de todo el siglo XX.

No comments:

Post a Comment