Tuesday 13 March 2012

Fin de Siglo: un momento crítico


Si echamos un vistazo a la Historia, podemos observar cómo, curiosamente, el fin de un siglo ha sido vivido por las diferentes sociedades como un momento problemático. Es lícito ver en este hecho algo curioso si se tiene en cuenta que el cómputo de años varía según la cultura en la que nos hallemos y, dentro de ésta, ha sufrido modificaciones también a lo largo del tiempo. En Occidente, cuya cultura predominante ha sido la establecida por el Cristianismo, observamos que no es hasta el siglo VII (con el Papa Bonifacio IV) cuando se establece el cómputo según la Era Cristiana, cuyo punto de partida es la supuesta fecha del nacimiento de Cristo. Antes de este cómputo fue la fundación de Roma (753 a.C.) la que marcaba el inicio de las cronologías y, aún hoy, si nos dirigimos a lugares donde predominan otras religiones (Islam, Budismo, Hinduismo), encontraremos otro tipo de cronologías que fijan sus inicios en otras fechas clave, ya sea por razones míticas o históricas.
Volviendo al ámbito europeo, marcado desde tiempos del emperador Constantino (siglo IV d.C.) por el predominio de una mentalidad bañada por las Escrituras cristianas, los cambios temporales – especialmente aquellos referidos al milenio – fueron sufridos como momentos llenos de incertidumbre en los que afloraron multitud de actitudes vitales y sociales. De este modo, encontramos  ya en el siglo X la primera gran “crisis” a nivel internacional en el Orbe, derivada de la equiparación del fin del milenio con el fin del mundo, cuyas bases han de buscarse en el Apocalipsis de San Juan. Es en este marco que resurgen con fuerza corrientes filosóficas, presentes de forma minoritaria desde el siglo II (que precisamente correspondería al milenio según la cronología romana señalada anteriormente). Eremitas, místicos, santones, milenaristas... son muchos los que predicaron con una forma de vida y unas normas morales que salvaran a la gente en un momento tan crítico y, tales movimientos de pensamiento, tuvieron también su contrapartida en el arte de la época. En el siglo XI se produce la conocida como “Reforma gregoriana” (en honor del Papa Gregorio VII), entre cuyos objetivos principales para reformar la Iglesia católica se encontraban desde el rescate de las formas de vida morales de los orígenes del Cristianismo o la unificación de las instituciones eclesiásticas, hasta el establecimiento de un tipo de liturgia uniforme que tenía en el “canto gregoriano” su pilar más firme. En el campo de la plástica, encontramos entre los siglos X y XIII, en la Península Ibérica, las transcripciones manuscritas del Apocalipsis en los denominados Beatos, que ilustran y comentan el texto sagrado a la vez que ponen de manifiesto una preocupación entre el clero y la sociedad por dicho tema.
Beato de Valcavado, Palencia (España), c.970
A medida que avanza el tiempo, la cultura medieval evolucionó desde esta marcada religiosidad hasta obtener un carácter más abierto, que culminó con el “Humanismo” que floreció en la Península Itálica entre los siglos XIV y XV. Es el momento en que escriben personajes de la talla de Boccaccio, Petrarca o Dante Alighieri, cuya obra más insigne, la Divina Commedia (1304-1321), vuelve a incidir en la idea de la salvación, con una configuración del Más Allá cristiano que recoge las reformas del siglo XI (Infierno, Purgatorio y Paraíso). En el siglo XV, además, asistimos al primer movimiento del péndulo que parecerá dominar las corrientes culturales de Occidente desde entonces. Se vuelve la vista al lejano pasado grecolatino, idealizándolo y rechazando las formas góticas o románicas por recordar al pasado más inmediato, la Edad Media. Este “gusto” general por lo clásico – entendiéndose “clásico” como lo referido a la Antigüedad clásica de Grecia y Roma – se mantendrá hasta bien entrado el siglo XVI, cuando – en un nuevo movimiento pendular – se rescata el estilo del Gótico y se configura el Barroco artístico, cuyas formas son, a la vez, herederas del Renacimiento inmediatamente anterior y del pasado medieval que intentan dignificar.

Raffaello, Los desposorios de la Virgen, 1504
Caravaggio, Cabeza de Medusa, 1597














En el siglo XVIII se vuelve a producir un cambio que devuelve el protagonismo a las directrices clásicas, ahora pasadas por la criba renacentista, y la Antigüedad grecolatina, así como los grandes maestros del Quattocento y Cinquecento italianos, son los modelos a seguir en las esferas culturales y artísticas que se desarrollaron al amparo de las Academias.
Jacques-Louis David, Belisario, 1784
En el siglo XIX, finalmente, se produce vuelve a reaccionar contra la corriente neoclásica con el Romanticismo, mirando de nuevo a la Edad Media (elaborando de ella una imagen también idealizada de la que aún hoy nos es difícil escapar) y a las culturas populares de los diferentes países, así como un giro hacia el interior subjetivo del creador o artista que marcará indudablemente el arte posterior.
Eugene Delacroix, La barca de Dante, 1822
La rapidez vertiginosa de los cambios que se observa a medida que se avanza en la línea del tiempo nos sitúa en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el péndulo se mueve por última vez del modo como lo había estado haciendo anteriormente. Los pensadores y artistas que aparecieron alrededor del final del siglo XIX – el Fin de Siècle francés – adoptaron  diferentes puntos de vista (tanto a favor o en contra de una tendencia clásica o anticlásica), que no son si no la culminación del recorrido histórico que se ha planteado. Los academicistas continuaron defendiendo la perfección formal y moral de los cánones clásicos, los esteticistas dieron máximo protagonismo al arte y su valor como tal (l’art pour l’art o “el arte por el arte”), los decadentistas recogieron la herencia romántica que miraba a los rincones más profundos del ser adaptándola a los nuevos tiempos y, por sólo citar un ejemplo más de este maremágnum cultural, los modernistas quisieron unir técnica y estética para crear un arte adecuado a la sociedad del momento.
Ilustración de la revista Jugend, 1900
Es en este contexto “crítico” – por estar inmerso en un proceso de cambio acelerado – en el que nos situaremos para observar la evolución del arte y la sociedad del siglo XX hasta nuestros días, ya en el siglo XXI.

Anne von B (colaboradora externa)

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