Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial tendría lugar en Estados Unidos un
importantísimo fenómeno migratorio que atraería numerosos artistas procedentes
de Europa que se afianzarían en el país e influirían notablemente en el devenir
del arte. En este sentido, el primer movimiento artístico de posguerra
genuinamente americano fue el denominado Expresionismo abstracto, el
cual a pesar de focalizarse en Norte América sería deudor de las aportaciones
que artistas alemanes como Josef Albers o Hans Hoffmann llevarían a cabo en el
panorama artístico. Esta corriente, surgida hacia mediados de la década de los
cuarenta, se caracterizaba –como su nombre indica– por el recurso de la
abstracción; y es que tras los horrores de la Guerra, de la que ya habían dado
testimonio la fotografía y el cine, el arte ya no podía tomar como referencia
la figura humana ni cualquier otro elemento figurativo. Ya no había lugar para
la figuración porque, sencillamente, la fotografía se había encargado de
liberar a la pintura de la carga que suponía representar fielmente la realidad.
Los críticos Clement Greenberg y Harold Rosenberg abanderaron esta tendencia
cuyos aspectos principales fueron el predominio por los grandes formatos, un
cromatismo bastante limitado y la expresión de la angustia vital de los
artistas a través de trazos agresivos y violentos y otros recursos formales
herederos del cubismo y el surrealismo. J. Pollock,
W. de Kooning, L. Krasner, W. Baziotes o R. Motherwell se convirtieron en sus
máximos representantes, aunque entre ellos existiesen diferencias formales
evidentes y desarrollasen carreras distintas. Dentro de este movimiento se
desarrolló el denominado Action Painting, en el que el lienzo
devenía más bien un campo de experimentación que de representación para los
artistas, al prescindir de los bastidores y al interactuar directamente con el
cuadro, destacando así la obra de Pollock, Tobey o Kline.
Jackson Pollock, Ritmo de otoño (nº30), 1950 |
Pero
paralelamente a estas tendencias, se desarrolló también otro movimiento con una
mayor vocación cromática y composiciones menos “improvisadas”. Nos estamos
refiriendo a la Abstracción Post-pictórica, cuyos máximos exponentes
fueron C. Still, B. Newman, S. Francis, M. Rothko, M. Louis, K. Noland o F.
Stella. Los cinco primeros representaron la vertiente más colorista dentro de
esta corriente pictórica, mientras que los dos últimos se caracterizaron por
una voluntad estrictamente geométrica que impedía la mezcla de los colores en
el lienzo, algo que se conoció como Color-field-painting o Hard Edge
(pintura de borde duro).
Frank Stella, Pisar la hiena, 1962 |
Hacia mediados
de los cincuenta surgió una nueva tendencia artística como reacción a la
sociedad de consumo que encontró sus raíces en las obras de K. Schwitters, los collages
cubistas y los readymade de Duchamp, a saber, el Arte del Assemblage,
que en Europa se conocería como Nouveau Réalisme a través de
artistas como César, D. Spoerri o Arman. En el panorama americano, artistas
como S. Davis, R. Rauschenberg o J. Johns comenzaron a incluir elementos de la
publicidad de masas en su producción, recurriendo a marcas comerciales u
objetos que todo el mundo conocía pero privándolos de su funcionalidad y
contexto para elevarlos a la categoría de arte. El caso más extremo sea quizá
el de R. Rauschenberg, cuyas obras generalmente saturadas por las imágenes de
la cultura de masas se realizaban a partir de cosas que recogía en las calles
de Nueva York.
Robert Rauschenberg, Monograma, 1955-9 |
Este procedimiento estaba íntimamente ligado al concepto de objet
trouvé surrealista, por el cual un determinado objeto provocaba una
asociación de ideas, se descontextualizaba, se aislaba de su funcionalidad y se
le daba una nueva carga simbólica, algo que también sería llevado hasta sus
máximas consecuencias en el Pop Art a través de las obras de R. Hamilton
o Paolozzi (Independent Group) en Inglaterra y de A. Warhol, R. Liechtenstein,
D. Hockney, J. Dine, J. Rosenquist y C. Oldenburg en América. El Pop Art,
término atribuido al crítico Lawrence Alloway, procede de finales de la década
de los años 50, cuando jóvenes artistas alimentaron el lenguaje del arte con la
jerga de la calle. En este sentido, merece la pena remitirnos a la considerada
obra iniciadora del Pop Art de Richard Hamilton Just what is it that makes
today’s homes so different, so appealing? (¿Qué es eso que hace los
hogares de hoy tan diferentes, tan atractivos?), un collage en el que se
distingue por primera vez la palabra “pop”. Sus características principales son
el empleo de imágenes de la cultura popular y temas tomados del mundo de la comunicación
y de masas aplicados a las artes visuales, rechazando convenciones temáticas y
estilísticas, en oposición a la cultura elitista y dotando de valor
iconográfico a la sociedad de consumo. Asimismo, la mayoría de estos artistas
pop alteraron ostensiblemente la escala del objeto cotidiano para elevarlo a la
categoría de pintura y/o escultura, en un intento de disolver las diferencias
entre la alta y la baja cultura, rompiendo así los límites entre arte y
publicidad. En definitiva, se trataba de privar cualquier objeto de su lógica
funcional para otorgarle una nueva lectura, apostando por la
"vulgarización" del arte al ocuparse de imágenes de la vida cotidiana
a las que nunca antes se les había conferido calidad estética. Ello se observa en
las obras serigrafiadas de Warhol, donde reproduce en numerosas ocasiones las
célebres latas de sopa Campbell’s o las botellas de Coca-Cola. En el ámbito de
la escultura, Claes Oldenburg resulta un referente ineludible para comprender
los planteamientos del Pop Art. Sólo hace falta ver sus megalíticas esculturas
de objetos cotidianos en contextos en los que no los esperaríamos encontrar:
pinzas de la ropa, plumas de bádminton, cerillas, manzanas, cucharillas del
café, etc. Sin embargo, fue Warhol el que supuso un verdadero punto de
inflexión al demostrar con su producción que la obra de arte deja de ser única
para ser pensada como producto realizado en serie.
Andy Warhol, Sopa Campbell I, 1969 |
Paralelamente
a este devenir artístico, comenzaron a desarrollarse otras corrientes
artísticas, en este caso, basadas en la estética del movimiento y que requerían
de la interactuación del espectador. Uno de los más importantes, aunque en
ocasiones se relacione con una sola personalidad, fue el Op Art, también
conocido como Optical Art, una tendencia pictórica que exige del
espectador una actitud activa. Las raíces de este movimiento parten de dos
conceptos de concreción artística diferentes, a saber, las tradiciones
experimentales de la Bauhaus y del Constructivismo ruso. En la recepción de
estas obras se erige una división entre los fenómenos físicos de luz y color y,
en este sentido, resulta interesante destacar la producción de Victor Vasarély,
quien desarrolla un arte de vibración de colores a partir de la experimentación
cromática de la Bauhaus. Por otro lado, en el campo escultórico se desarrolló
el denominado arte cinético que, al igual que el arte óptico, convertía
el movimiento en su tema principal e invitaba al espectador a recorrer las
obras desde diferentes perspectivas. Así, en estas obras-objetos el movimiento
y el cambio forman parte de su composición esencial. Frank Popper, en su libro Origins
and Developments of Kinetic Art, hace referencia a la reacción
psico-fisiológica del espectador y a su integración con la obra tridimensional,
dotada de movimiento sin necesidad de motor e incorporando la iluminación.
Entre este tipo de arte encontramos especialmente las obras móviles, creadas
por A. Calder, los estables y los penetrables (stabile y mobile).
Alexander Calder, Gran rojo, 1960 |
Sin embargo, ello no era algo nuevo o innovador, puesto que artistas como L.
Moholy-Nagy, M. Ray, M. Duchamp o A. Rodchenko ya habían experimentado con ello
en la década de los 20. De todo ello se concluye que la segunda mitad del siglo
XX se caracterizó por ser un período de máxima experimentación artística que se
puso de manifiesto en la multitud de tendencias que se desarrollaron, algunas
con mayor proyección que otras. Pero lo que resulta innegable es que todas y
cada una de ellas contribuyeron a situar Estados Unidos en la vanguardia
artística, hasta el punto de convertir el país en la capital cultural mundial
durante más de cincuenta años.
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